'' Comenzarás a entender tu vida cuando no busques tantas explicaciones a todo lo que haces, entonces todo te quedará claro y podrás empezar a ser tu misma y entenderás que aprender algo significa entrar en contacto con un mundo desconocido, en donde las cosas más simples son las más extraordinarias.
Atrévete a cambiar y desafiarte a ti misma, no temas a los retos, insiste una y otra vez porque sin fe se puede perder una batalla que ya parecía ganada, por eso no te des por vencida nunca, acuérdate de saber siempre lo que quieres y comienza de nuevo tantas veces como haga falta para poder llegar a donde quieres.
El secreto está en no tener miedo de equivocarte, en saber que es necesario ser humilde para aprender, tener paciencia para encontrar el momento exacto y disfrutar de tus logros. ''
"Me quedaré mientras eso te haga feliz, todo el tiempo que eso sea lo mejor para tí"
24 octubre, 2010
15 octubre, 2010
Quiéreme si te atreves
Felicidad en estado puro, brutal, natural, volcánico, que gozada, era lo mejor del mundo... Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que la coca, chutes, porros, hachís, rallas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, lsd ,éxtasis... Mejor que el sexo, que una felación, que un 69, que una orgía, una paja, el sexo tántrico, el kamasutra, las bolas chinas... Mejor que la nocilla y los batidos de plátano... Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de los Teleñecos, que el fin del Milenium... Mejor que los andares de Ally Mcbeal, Marilyn, la Pitufina, Lara Croft, Naomi Campbell y el lunar de Cindy Crawford... Mejor que el pequeño paso de Amstrong sobre la Luna, el Space Mountain, Papa Noel, la fortuna de Bill Gates, las malas experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro, todos los chutes de testosterona de Schwarzenegger, el colágenos de los labios de Pamela Anderson, mejor que los excesos de Morrinson... Mejor que la libertad, mejor que la vida.
y ya está, así es como ganamos la partida. Juntos, y felices. Y ahí, sepultados bajo el hormigón, por fin pudimos compartir nuestro sueño de infancia: el sueño de un amor sin fin.
10 octubre, 2010
¿Qué hay después de un sueño?
Normalmente, la mayoría de los humanos tenemos tendencia a soñar despiertos. Marcar objetivos, metas, logros… cruces en el camino que queremos alcanzar, que deseamos con todas nuestras fuerzas. Imaginamos que al llegar a cada una de esas metas a modo de post-it en el corcho de la habitación, todo será un poco mejor, que nosotros seremos un poco mejores, un poco más felices. El fin hace el medio. La meta da significado a la carrera pero, ¿qué pasa cuando la cruzamos? ¿qué hay después? ¿qué sentiremos cuando veamos que no hay medallas ni ramos de flores? ¿cuándo descubramos que, después de un logro solo hay una carretera vacía por recorrer?
Y esque después de todo, la vida es eso: caminar. Seguir hacía adelante y, de vez en cuando, volver la vista atrás, aunque a veces, nos de pavor. Recordar cada paso que hemos dado para llegar dónde estamos, para ser quienes somos. Sentirnos bien al pensar que conseguimos aquello que nos propusimos. Entristecernos al comprender que también hubo algunos fracasos.
Toda meta es un riesgo. Puede que consigas cruzarla victorioso, que haya medallas, felicitaciones, aplausos… Puede que al final tanto esfuerzo sea recompensando con un montón de sueños cumplidos pero también es posible que nada de todo eso suceda. Existe la posibilidad de que cruzar una meta no nos lleve dónde esperábamos, que no haya nada esperándonos al otro lado.
Hace tiempo que dejé atrás la línea de salida, desde entonces he seguido corriendo. Al principio no veía la meta, ni siquiera la soñaba. Corría por inercia, por necesidad. Corría porque alguien me había dicho que tenía que correr con todas mis fuerzas y yo no había tenido tiempo de pararme a cuestionarlo. Después bajé el ritmo y empecé a pensar. Seguía corriendo pero, de vez en cuando, me paraba a tomar aire. Busqué un sentido a aquella carrera, una meta. No sabía que había al otro lado pero sí que quería cruzarla. Imaginé aquella meta como el final de todo, como un nuevo comienzo. Soñé con ella cada noche y cada mañana cuando, nada más despertarme, me ponía mis zapatillas de deporte y salía a correr de nuevo. Ahora la veo la meta. Sigue estando lejos, pero más cerca que entonces. Corro hacia ella con más ganas, con más constancia. Ahora veo que existe la posibilidad de alcanzarla, de cruzarla pronto… y me aterra. Me asusta pensar que tantos años soñando con ese momento hayan podido crear en mí expectativas imposibles de cumplir. Me aterra no encontrar nada al otro lado, solo más de lo mismo, solo más camino que recorrer.
Pese a todo, sigo corriendo. Bebo agua, respiro y clavo mis pies en la tierra. Mientras tenga un destino, conservaré la seguridad de saber hacía dónde dirigir mis pasos. A fin de cuentas, eso es la vida: correr. Aunque a veces tengamos que hacerlo a oscuras o sin rumbo, aunque haya momentos en que nos parezca que la inercia nos empuja. La vida no se hizo para pasarla sentado. La vida hay que perseguirla y, pase lo que pase, nunca rendirnos. Solo así sabremos qué se esconde detrás de la siguiente meta.
Y esque después de todo, la vida es eso: caminar. Seguir hacía adelante y, de vez en cuando, volver la vista atrás, aunque a veces, nos de pavor. Recordar cada paso que hemos dado para llegar dónde estamos, para ser quienes somos. Sentirnos bien al pensar que conseguimos aquello que nos propusimos. Entristecernos al comprender que también hubo algunos fracasos.
Toda meta es un riesgo. Puede que consigas cruzarla victorioso, que haya medallas, felicitaciones, aplausos… Puede que al final tanto esfuerzo sea recompensando con un montón de sueños cumplidos pero también es posible que nada de todo eso suceda. Existe la posibilidad de que cruzar una meta no nos lleve dónde esperábamos, que no haya nada esperándonos al otro lado.
Hace tiempo que dejé atrás la línea de salida, desde entonces he seguido corriendo. Al principio no veía la meta, ni siquiera la soñaba. Corría por inercia, por necesidad. Corría porque alguien me había dicho que tenía que correr con todas mis fuerzas y yo no había tenido tiempo de pararme a cuestionarlo. Después bajé el ritmo y empecé a pensar. Seguía corriendo pero, de vez en cuando, me paraba a tomar aire. Busqué un sentido a aquella carrera, una meta. No sabía que había al otro lado pero sí que quería cruzarla. Imaginé aquella meta como el final de todo, como un nuevo comienzo. Soñé con ella cada noche y cada mañana cuando, nada más despertarme, me ponía mis zapatillas de deporte y salía a correr de nuevo. Ahora la veo la meta. Sigue estando lejos, pero más cerca que entonces. Corro hacia ella con más ganas, con más constancia. Ahora veo que existe la posibilidad de alcanzarla, de cruzarla pronto… y me aterra. Me asusta pensar que tantos años soñando con ese momento hayan podido crear en mí expectativas imposibles de cumplir. Me aterra no encontrar nada al otro lado, solo más de lo mismo, solo más camino que recorrer.
Pese a todo, sigo corriendo. Bebo agua, respiro y clavo mis pies en la tierra. Mientras tenga un destino, conservaré la seguridad de saber hacía dónde dirigir mis pasos. A fin de cuentas, eso es la vida: correr. Aunque a veces tengamos que hacerlo a oscuras o sin rumbo, aunque haya momentos en que nos parezca que la inercia nos empuja. La vida no se hizo para pasarla sentado. La vida hay que perseguirla y, pase lo que pase, nunca rendirnos. Solo así sabremos qué se esconde detrás de la siguiente meta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)